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Rjspondiónw que tni declaración no admitía la menor disculpa; que muchos pecadores se encargaban en la t'ils* ventura del vioio, Imita preferirla eu gran maaura al verdadero placer de la virtud; pero al meóos se fgrjabaa imágenes vooturosaa. siendo juguete dé las apariencias; mientras que reconociendo como yo reconocía, que el objeto de mis aticcioues no podía sinó hacerme culpable y desgraciado, y coutiouac precípitándomo voluntariamente en el ¡otortunío y el crícoon, era una contradiccióu de ideas y de conducta que acreditaba poco mi razón. — Tibergo, amigo mío, — exclamó, — ¡cuán fácil es vencer sin enemigos á quienes combatir!... Dejadme argumentar á mi vez. ¿Podéis pretender que eso que llamáis el placer de la virtud se halle exento de peuas, de contrarieda-ies ó inquietudes? ¿Que nombre daréis á las prisiones, á las cruces, á los suplicios y á las torturas de los tiraoos? ¿Diréis, como dice la gente raística", que los tormentos corporales son el placer del alma? No os atreveríais á alirmarloes nua paraloja impasible de sostener. Esa aventura que tanto exaltáis se halla pues, amargada por mil penas, ó mejor dicho, es solo un tejido de dolores á través de los cuales suele buscarme la felicidad. Ahora bien; si la i magi ilación halla placer en esos mismos males, porque espera que la lleven á un término feliz, ¿como tratáis de insensata y contradictoria en mi conducta uoa disposición enteramente parecida? Amo á Manón; á través de mil dolores aspiro á vivir dichoso y tranquilo al lado de ella. La senda es áspera, pero sin cesar la suaviza la esperanza de llegar á su término, y un momento de estará su lado me pagará con creces 1« penas que haya de sufrir para obtenerla. Todo, pues, me parece igual por ambas partes,- y si resulta alguna diferencia es eu favor mío, porque la veutura que yo espero es inmediata y la otra se halla lejos; la mía pertenece á la naturaleza de las penas, esto es, sensible al cuerpo, y la otra pertenece á una naturaleza desconocida sin más certidumbre que la fó. Mi reconocimiento pareció asustar áTibergó. Retro- - 5? - juró á manifestarle inmediatamente el motivo de semejante desorden. ¡Oh, padre mío, le dijo, llorando como un niño! figuraos la más horrible crueldad, imaginad la más detestable de las barbaries, tal es la acción que el digooG-" M'" ha tenido la cobardía do cometer. Oh, mo ha partido el corazón. Jamás se cerrará esta herida, Quicio roícríroslo todo, aúadí sollozando. Vos soíabu)uo y tendréis compasión de mi. Lu referiré agrandes rasgos mi fuerte ó insuperable pasión por Manón; nuestra fortuna floreciente, antes de vernos despojados por nuestros propios criados; los ofrecimientos deG-*-M"" á mi amante, la venta de ósia y su resaltado. En honor de la verdad, le presenté los sucesos por el lado más favorable á nosotros. Hé ahí, continué, el origen del celo que (?•■' M'" ha desplegado para mi conversión. Ha tenido la influencia de mandarme encerrar aquí para satisfacer su veoganaa. Yo se lo perdono; pero padre mió, . bay más aún; ha hecho arrebatar cruelmento á la más adorable mitad de mi sor; la ha mandado meter vergonzosamente en eí hospital; ha cometido la imprudencia de anunciármelo con su propios íábios. ¡Euel hospital, padre mío! ¡Oh cielos, en el hospital mi encantadora amante, en el hospital mi adorada reina, como la más infame de las criaturas!... ¿En donde hallaré fuerzas para no morir de dolornide vergüenza? El buen padre víóndome afligido, procuró cousolarmo. Me dijo que jamás había comprendido mi aventura tal como yo se la acababa de referir; que ciertamente había sabido que yo vivía entregado al libertinaje, pero figurándose que algunas relaciones de estimación y amistad por mi familia habían obligado al seüor de G-"" M--' a tomarse tal interés; que solo a^í lo había comprendido; que cuanto acababa de manifestarle modificaría en gran manera la marcha de mis asuntos, no dudando que la fiel relación que de ellos peusaJa hacer al señor inspector general de policía, contribuiría á acelerar mi libertad. En ol instante me preguntó por qué no había pensado aún en escribir á mi familia, uo habiendo tomado ella parte en mi cautiverio. Contesté á esta objección con al gunas razones, fundadas en el dolor que temía causar á mi padre; y mi propia vergüenza al verificarlo. Fiualmente, me prometió ir él en persona á visitar al inspector general de policía. "Aunque no sea, aüadió, siuo