REVISTA SEMANAL RELIGIOSO-CIENTIFICA. NUESTRO DEBER. !C l ver los males que h;ty en el mundo, al contemplar, en todas partes, los adelantos de la impiedad, la fuerza venciendo al derecho, los impíos vanagloriándose de su obra de destrucción, la sociedad apartándose de Dios, el liberalismo triunfante en las naciones, la masonería haciendo cruda guerra á la Religión sa- o o crosanta, el animo se apena, el corazón se estremece, al primer impulso. Pronto viene la reacción, y se considera que todos los esfuerzos de los malos son impotentes, pues la Iglesia que Jesucristo fundó, para que por élla hallasen los hombres todos los medios de salvación, no perecerá jamás. Esto lo sabemos los católicos, los que tenemos fé en las promesas de Aquel, que para redimir al mundo murió en una cruz, como el último de los facinerosos; Tomo I. — Año I. pero tenemos la obligación de trabajar por la propagación de las verdades que sustentamos, por eí aniquilamiento de la impiedad que ruge fiera queriendo hacer presa en la Iglesia de Dios. Asi lo hicieron los primeros cristianos, asi lo han hecho todos los católicos, siempre que la Iglesia sufrió las persecuciones del error. La historia nos lo dice, v la historia es el gran testigo de las pasadas generaciones. Las heregias se alzaron soberbias para negar algún dogma del catolicismo, y los verdaderos católicos, eclesiásticos y seglares, trabajaron denodadamente cada uno según sus fuerzas, por el triunfo déla verdad sobre el error. Ayúdate, y yo te ayudare, dice Dios; y siempre se ha vencido. Hoy la victoria se retarda, y Dios lo permite a^í, porque no nos ayudamos. Poco importa que el soberano Pontífice condene el error, nada que como tal lo tengan los Obispos, y que los sacer- Núm. 1V.~ Octubre 2bde 1888.