PRECIOS DE SUSCRIPCION En Pontevedra; un mea. \mn pf^fia. — Fii/ía Í»MRír« (íeiéVas al trimestre adelantadas. — Ultramar y extranjero, trimestre «»a«vom pí-^r M^. Cadi mano de 25 números para los .vendedores, ^á» eéntiin» adelantados. L i Correspondencia al director del periódic. de ovismbre ele 1898 38 ANUNCIOS | K;u tercera ó cuarta plana .1» y eea¿Áne« tú.» I pectivamente, según sea, sencilla ó doble, t Oomunicaáos y reclamos cénllsinos! línea een- ! cilla. Esquelas de defunción tamaño corriente 5 peseia» I en media plana ideas. m 4.287 i B I i> M Leemos en nuestro colega El Qlobo: «Algunos periódicos, de aquellos ue hace siete meses encendían en el país el ardor bélico, asegurando que los norteamericanos eran unos pobres diablos, sin armas, ni instrucción mi ítar, ni cosa que lo valiere, entre-o-ándose ahora á la tarea de afirmar que es de todo punto necesario que el Gobierno dimita. No nos alarma como ministeriales la tarea de los referidos periódicos, porque tenemos la seguridad de que es estéril. El público no se siente ya excitado por las campañas periodísticas, en las cuales ha encontrado recientemente muy amargos desengaños. Creer que á estas alturas se pueden soliviantar ánimos que sufren las consecuencias de haberse j dejado arrastrar por informes insen- j satos, es una inocencia que ni siquiera merece ser contradicha. En vano es que afinen sus plumas cuantos presumen llevar en ella la vida ó la | muerte de las situaciones políticas. Él país, el verdadero país ha cerra- | do los oídos para no percibir los | apasionamientos de los hombres pú- j büeos, y los clamores de éstos se | pierden en el desierto de la indiferencia. Pide el país en término primero que se remate la empresa de la paz, epílogo desdichado de una guerra á la cual contribuyeron mucho con sus vocinglerías y sus ignorancias algunos de las que á la sazón exigen responsabilidades. Pide para después que se restauren las perdidas fuerzas se procure la cicatrización de las abiertas heridas y se devuelva la normalidad á esta nación conturbada por males infinitos. Y no sería buena manera de lograr todo esto la de producir disturbios políticos sin plan ni programa conocido; porque es lo raro del caso presente que, quienes piden la dimisión del Gabinete no declaran cómo ni con qué ha de ser sustituido. Seguimos como siempre alardeando de espíritu crítico, pero sin demostrar la tendencia práctica y útil que tan se echa de manos en nuestras costumbres políticas. Así se explica el profundo desdén que la opinión acoge las campabas realizadas contra el Gobierno. vieux geu de la oposición sistemá^ca hace reir hasta á las piedras, pero no levanta del ras del suelo ni 1Jna partícula de polvo. Ya conoce ^en el país los cambios de las veléis que giran buscando siempre la lección de caprichosos vientos. Quedamos, pues, en que, á pesar ^e lo que auguran los doctores que solo tienen fama por sus equivocaClones, y á pesar de lo que piden con inofensiva exaltación, el Gobierno del Sr. Sagasta continuará ahora con mayor motivo que antes, pues lo que pueda perder en número lo gana en unidad de criterio y en disciplina. LINEAS AMENAS Q n Allá por el año cuarenta y tantos, el opulento duque de X, viudo, tenía una hija de diez y siete abriles, única heredera de sus títulos y riquezas. Aparte de la esmerada educación que esta había recibido, cíe la dulzura de su carácter, del aura de simpatía que la rodeara y de los millones en perspectiva, era también una criatura angelical por la hermosura de su cara, la esbeltez de su oentilísimo talle y la gracia y la elegancia que en ella eran doúes naturales. ¡Dígase si la tal niña no era un buen partido y si la faliauan pretendientes! „ ' - Pues bien, tan seductora señorita dió en ponerse triste, en perder el apetito y el gusto para todo, en ponerse pálida y demacrada, síntomas alarmantes de una. enfermedad misteriosa que se resistía á todos los remedios terapéuticos preconizados por la ciencia médica. El pobre duque estaba desesperado; tenía adoración por su hija y horrorizábase ante la idea de que la muerte se la arrebatase. Uno de ios muchos facultativos consultados, famoso en aquella época, hombre de gran inteligeneia y de 'sólidos conocimientos en el arte de Hipócrates, barruntando que la causa del mal provenía mas bien de una afección anémica que de lesiones orgánicas, propúsose hacer por su cuenta especiales observaciones, dejando que sus colegas se d eran de calabazadas para formar un racional diagnóstico. Comenzó por averiguar que la hija del Sr. Duque acostumbraba á asomarse ciertas mañanas á uno de los balcones de su magnífica residencia, precisamente á la hora en que pasaba por aquella calle la tropa que va á la parada para jacer el relevo en la guardia del Pea!. Palacio. En aquella época ocupaba el trono de todas las Españas, S. M. la Reina doña Isabel II, y es bueno recordar que de aquella fecha á la presente han cambiado muchísimo los uniformes militares y hfista han desaparecido algunos famosos tipos, como por ejemplo, el del tambor mayor. [fjY era el caso que uno de tales jefes de tambores, un muchachote como un castillo, de negra y rizada barba, evestido de su gran casaca de colorines^ el enorme morrión de pelo, calzones blancos, apretadas polainas y bastón con tremenda bola ■f} cual imprimía maravillosos movimientos giratorios., habrá interesado profunda mente á lajóven y rica heredera. Para ella no era posible hallar en el mundo mayor placer que verle pasar por delante de sus balcones al ir ente de la estruendosa banda, mar ■ chanclo marciálmente al compás de los parches, gallardo, gentil, y con tan arrogante desenvoltura que parecía estrecha la calle para el solo... i Va ya una figura bizarra y pistonuda la de aquel tambor mayor! El medico llamó un día aparte al Duque y le dijo: — Estoy en camino de curar á su encantadora hija. —¿Será cierto? —exclamó el mag-na te, sintiendo penetrar en su corazón oleadas de esperanza. =-Es evidente; pero nada de recetas ni recursos farmacológicos. Aquí tenemos que luchar con la loca de la casa, que es la imaginación exakada de la seaorita. —Estoy pendiente de los labios de usted. ftín zc'- ^óviloárfo — En resúmen, su hija está enamorada. -■^Qué? — Que está enamorada y que jamás se atreverá á declarar quien es el objeto de su pasión. -—Que me lo diga... |Dispuesto estoy a. transigir con todo, á trueque de no perderla? ==E1 hombre que la ha sorbido el sexo es... un tambor mayor. — ¡Ave María Purísima! — Como usted lo oye; y lo que es más grave, él lo ha adivinado y la dispara miradas incendiarias siempre que pasa por delante de estos balcones. — ¡Dios mío, que revelación más estupenda! =Permítame acabar: ' la señorita responde á cada una de esas miradas con adorables sonrisas de inteligencia... — - -Qué hacer, que hacer?— decía el Duque, llevándose las manos á la cabeza. — Curar radicalmente ese estrambólico capricho, que sólo ha entrado por los ojos, sin interesar seguramente el coraron ¿Seguirá usted mis prescripciones? =A1 pié de la letra. — rúes oiga usted mi plan. El sabio facultativo explicó su proyecto al Duque, y como consecuencia inmediata del conciliábulo, el tambor mayor recibió cuando menos lo esperaba, su licencia absoluta. El primer resultado de este paso preliminar para la curación de la señorita, fué que ésta se puso mucho p or: la brusca desaparición de su adorado tormento ¿hacíala llorar á todas horas, no quería comer se con¬ sumía en el fuep'o de un amor contra¬ riado. — Doctor — decía el Duque al Ga-^ leño algunos días después de licenciado el dichoso tambor. —Creo que nos hemos equivocado de medio á | medio, y que, como la privación es | causa del apetito, mi pobre hija ha sentido recrudecer su desatinada pasión por ese hombre funesto — ¿Quien habla aquí cíe privación? —-contestó el médico. — Por el contrario, ahora se lo vamos á dar á .odo pasto... Usted recibe diariamente á sus íntimos, ¿no es esto? Pues esta misma noche presento yo á este bigardón en la tertulia... y vestido con arreg'o al último figurín: Ya lo tengo todo dispuesto. Aquella noche, en efecto, llevó el médico á la tertulia del Duque al ex-tambor, ya paisano, embutido en una flamante levita, con sus botas de charol, guantes á la deoníére etc. AI verle la señorita, apegas pudo contener un grito: le conoció inmediatamente... pero ¡qué desencanto! En un minuto, en un instante se desvaneció la novela que había íorjado... ¡Qué torpe, qué desmañado, qué ridículo! Y además, ¡qué manera de hablar! y qué zoquete!... ¿Era aquel misma hijo de Marte, marchando como un héroe al frente de la estrepitosa banda de tambores? El rubor de la vergüenza tiñó sus mejillas, y acercándose á su padre le dijo: — ¿Cómo nos ha" traído el doctor á ese zángano, á ese imbécil de hombre barbudo y cerril? —Hija mía — se atrevió á decirla el Duque, — -nos pareció que.,t ¡vamos! que... te era simpático, y tanto te quiero, que si hubieras deseado casarte con él... — ¡Qué horror! Antes me entierren que tal desgracia me sueeda !Que me lo quiten de delante! — ¡Y la creíamos capaz de casarse con ese hombre — decía al médico el Duque rebosando júbilo. — contestó gravemente el doctor.— Pero á condición de que un día se detuviese el regimienio delante de este palacio, que saliera un sacerdote y efectuara el enlace en plena calle, á tambor batiente, y sin que el novio se despojase del morrión ni abandonara la cachiporra, con la cual hacía tan primorosos molinetes. 1< AMIRO BLANCO. A las siete de la neche del día i.0 del corriente ha fondeado en el puerto de Cádiz el vapor «Monserrat». Por la hora en que ha fondeado no se le ha dado entrada. Se ha desembarcado solamente la correspondencia.